El economista Ricardo Arriazu volverá mañana a esta provincia, que lo vio nacer en 1941, para disertar sobre la relación entre los comicios y la economía nacional. Desde Buenos Aires, y antes de que comience la entrevista telefónica, se ataja con una advertencia: hablar de cómo estará la economía el año que viene es hacer ciencia ficción. “Para lograr estabilidad hay que ser prudentes”, receta.
-¿Qué le espera a la Argentina durante este año electoral?
-Es un año de gran incertidumbre por las elecciones y por la economía. Una y otra están ligadas, y condicionan a la otra. Antes que nada, no se puede hablar de 2019 si no se hace referencia a 2018. A principios del año pasado, la economía estaba creciendo marginalmente al 5%, la inflación promedio se proyectaba alrededor del 20%, y el dólar se esperaba a $ 22. Terminamos el año con una caída de 2,6% del PBI, tuvimos casi 48% de inflación, la tasa de interés estuvo en 70%, y el tipo de cambio se ubicó cerca de los $ 40. O los analistas tuvieron muy malos modelos, o algo pasó en el medio que cambió las condiciones económicas.
-¿Qué pasó?
-En primer lugar ocurrió la sequía, que nos costó U$S 7.500 millones. El contexto internacional también influyó: cuando Trump inició la guerra comercial con China, los inversionistas abandonaron los países emergentes como Argentina. Pero de ninguno de ellos salió tantos capitales como de aquí. En promedio, ese grupo de países devaluó un 6% sus monedas mientras que en Argentina fue de casi el 100%. Eso nos lleva al problema estructural: gastamos de más. Y eso se da porque alguien nos presta. El país se confió en que, como el mundo nos prestaba, habría un crecimiento espectacular que permitiría pagar ese endeudamiento.
-Y eso no sucedió...
Todas las crisis argentinas han sido iguales: cuando el acreedor duda que el deudor le pagará, deja de financiarlo. Y si eso pasa no se puede gastar más. El país tenía un déficit de cuenta corriente (la diferencia entre los ingresos y los gastos) de más de U$S 31.000 millones en 2017, que con la sequía se iba a disparar a U$S 43.000 millones. Nadie prestaría ese monto, por lo que se debió bajar el gasto. No fue una decisión ni del Gobierno ni de FMI: fue del acreedor, que dejó de prestar. Con todo esto, ya se venía gestando el miedo.
-¿Y cuándo “estalló” todo?
- El detonante fue el 23 de abril. Por demagogia, se puso un impuesto a los activos financieros justo en el momento en que Estados Unidos subía las tasas y los países vecinos comenzaban a devaluar. En el mercado de capitales se asignan recursos en función de la tasa esperada de retorno, ajustada por riesgo. Durante ese día, bajó la tasa de retorno por el impuesto y subió el riesgo. Argentina quedó desarbitrada y comenzó la salida de capitales.
-¿Por qué fue demagógico?
-¿Qué sentido tiene ponerle un impuesto a los activos financieros cuando ya se tiene el impuesto a las ganancias? No se daban cuenta de las consecuencias que eso iba a tener. Una vez que se produce el detonante, la gente entra en pánico. Ahí comienzan a caer los bonos argentinos y empieza la devaluación, con el agregado de que Argentina originalmente no quería intervenir en el mercado de cambios porque creía en la flotación, que en realidad no resuelve nada.
-Entonces ahí subió el dólar.
-Al desarbitrarse, quien tenía inversiones en la Argentina cambia pesos por dólares. Al hacerlo y no vender, el tipo de cambio sube. Y cuando eso pasa el argentino se asusta porque piensa en dólares. A la sequía, al impacto de la detención de la financiación y a la salida de capitales, hay que agregar la parálisis repentina del mercado de crédito (hipotecario y de autos).
-¿Por qué se paralizó?
-Por miedos, tanto de quien presta como del deudor. Por supuesto que en el medio está la suba de la tasa de interés. Como consecuencia, los depósitos siguen subiendo y se deja de gastar. El crédito comienza a caer en términos nominales, y esa diferencia baja la demanda agregada. Y la baja del gasto agregado explica la caída del nivel de actividad. Así se da el descontento popular porque cae la actividad, el empleo y sube la inflación.
-Y así llegamos a la recesión.
-Entonces, así nos encontramos en 2019. Al menos este año ya sabemos que la cosecha va a ser récord y tendremos una ganancia de U$S 10.000 millones. Eso ya se nota en algunos lugares del interior.
-¿Y qué le espera al dólar?
-Por ahora está tranquilo. Por la forma en que está hecho el acuerdo con el FMI no puede subir mucho a menos de que haya un gran proceso de huida. Pero si el resultado de las elecciones y el futuro son inciertos, ante la incertidumbre la gente tiende a protegerse. Por lo tanto, la tarea del Gobierno debería ser controlar la situación ya que la unidad de cuenta de los argentinos es el dólar. Es consecuencia de la inflación.
-Si el dólar está contenido, ¿por qué la inflación sigue alta?
-Por el aumento de la carne, que tiene un 8% en la ponderación del el índice de precios. Su valor estaba por debajo del precio de competencia internacional porque Argentina casi no estaba exportando. Si bien en el largo plazo todo está determinado por la política monetaria, en el corto todas estas cosas influyen sobre la inflación. Cada una repercute sobre las elecciones y están todas interrelacionadas: es una cuestión de equilibrio general.
-Entre el bolsillo y el corazón, ¿qué mueve más al votante?
-Es difícil. Históricamente, ha sido con el bolsillo, pero esta vez hay posiciones ideológicas muy extremas (macrismo y kirchnerismo). Aún así, quien decide en los comicios es ese gran grupo intermedio que vota según la economía. Entre el programa del FMI y la espada de Damocles de las elecciones, esto es como hacer equilibrio en el filo de la navaja que se mece en una cuerda. (Por Juan Martín De Chazal)